Uno de los encantos de la Geología es que puede encontrarse en cualquier sitio. A veces a gran escala, a veces en pequeñas cosas.
Por ejemplo, uno puede sentirse conmovido por la majestuosidad de un acantilado, por sus dimensiones y por el abismo de tiempo que queda expuesto en el corte vertical que contemplamos. Pero también en detalles minúsculos que nos retrotraen a un instante del tiempo pasado, detenido para siempre y conservado en piedra, como una fotografía antigua que encontramos de repente en un cajón.
Hubo un tiempo hace unos 300 millones de años en el que en lo que sería Irlanda existía un mar profundo y poco oxigenado al cual llegaban sedimentos arcillosos, limosos y arenosos que se acumularon durante mucho tiempo y que, al quedar expuestos, forman ahora los acantilados de Moher, lugar espectacular en el oeste de Irlanda que ya es un geoparque.
Acantilados de Moher. Mirando al norte hacia O'Briens Tower |
200 millones de años después, en un mar cálido y poco profundo que cubría buena parte de lo que ahora es el este de la península ibérica, los esqueletos calizos de incontables seres diminutos se acumularon en enormes espesores, ahora visibles, por ejemplo, en el cañón del río Júcar a su paso por la localidad valenciana de Dos Aguas.
Acantilados cretácicos del Pico Matrona. Cañón del Júcar |
Hasta aquí las grandes cosas. Veamos algo de las pequeñas. Hace unos 230 millones de años, en el Muschelkalk, en una zona costera junto a otro mar somero, un pequeño charco dejado por la marea se secó lentamente y, al hacerlo, el barro calizo del fondo se agrietó. Lo más probable hubiese sido que algún evento posterior, la marea creciente, una tormenta, hubiesen borrado ese frágil recuerdo. Pero eso no ocurrió. De algún modo esa fina lámina de materiales con su pedacito de historia de un día remoto en un mundo muy diferente se conservó. Y 230 millones de años después alguien lo encontró durante una salida al campo y fue capaz de interpretarlo.Y de esa forma el recuerdo de aquel día pasado no se perdió para siempre.
Grietas de retracción en un bloque de dolomías del Muchelkalk |
Uno de los principios básicos de la Geología, uno que permitió el establecimiento de esta ciencia, es el del Actualismo. Este principio establece que el Presente es la clave del Pasado: los mismos fenómenos que actúan en la actualidad lo hicieron en el pasado, y ello nos permite interpretarlo. Aquí un ejemplo:
Grietas de retracción actuales |
Otra historia: hace unas decenas de miles de años (o quizá más de cien mil, es difícil precisar) la lluvia caía sobre una playa de la futura Almería. Los guijarros que alguna tormenta anterior había depositado sobre la arena actuaron como escudos, impidiendo la erosión de ésta. Y el resultado, recuerdo de aquellos sucesos, ahora existe como parte de un acantilado rocoso varios metros sobre el nivel del mar Mediterráneo.
Formas originadas por la lluvia en una antigua playa. Roquetas de Mar. |
El mismo fenómeno tras una tormenta en un campo de Cortes de Pallás.
Formas de erosión tras una tormenta reciente |
De la misma forma, a veces los seres vivos prolongan su efímera vida y disfrutan de una segunda oportunidad momificados en roca. En este caso, el musgo que crecía en un antiguo cauce abandonado del Arroyo de Cortes de Pallás quedó recubierto por partículas de carbonato cálcico. Y aunque el cauce ya no discurre por allí, su presencia es un recordatorio de su antiguo trazado. La comparación entre las dos imágenes permite apreciar lo detallado de la conservación de las estructuras del musgo.
Toba calcárea en un cauce colgado del Arroyo de Cortes de Pallás. Click para ampliar |
Musgo en el cauce actual del Arroyo |
Y eso es todo. Quizá no sea demasiado. O quizá sea mucho. En cualquier caso, son algunas páginas del libro de la Tierra, un libro en el que, de un modo u otro, todos tenemos nuestra parte. Y mejor aún, todos tenemos la oportunidad de salir ahí fuera y leer...
Cuantas veces contemplamos sin reflexión la eternidad.
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